► | Escuchar: |
|
José “Pepe” Mujica murió este martes a los 89 años en su chacra de Rincón del Cerro, Montevideo. La noticia fue confirmada por el presidente uruguayo Yamandú Orsi, su heredero político: “Con profundo dolor comunicamos que falleció nuestro compañero Pepe Mujica. Te vamos a extrañar mucho Viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo”.
El histórico dirigente del Frente Amplio había anunciado en abril de 2024 que padecía un cáncer de esófago. Tras 32 sesiones de radioterapia y un proceso de recuperación marcado por internaciones y dificultades para alimentarse, el tumor reapareció. “Hasta acá llegué”, dijo él mismo en enero de 2025, en una entrevista con el semanario Búsqueda. Fue su manera de despedirse.
Pidió que no lo molestaran más. Quiso pasar sus últimos días en paz, en su campo, andando en tractor y cuidando sus plantas. Pero, fiel a su estilo, siguió participando en actos políticos y recibiendo visitas. Hasta el final, fue parte del alma política de Uruguay.
Su deseo fue claro: que sus restos descansen en su chacra, al lado de Manuela, su emblemática perra de tres patas. Su esposa, la ex vicepresidenta Lucía Topolansky, confirmó el domingo —día de elecciones departamentales— que no había podido ir a votar. “Estoy hace más de 40 años con él y voy a estar hasta el final. Eso es lo que le prometí”, dijo.
Hijo de un pequeño chacarero que murió cuando él tenía siete años, Mujica fue criado por su madre en Paso de la Arena, un barrio obrero y semirural de Montevideo. A los 29 años, ya era miembro activo del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, el principal grupo guerrillero de Uruguay en los años 60.
Fue detenido por primera vez en 1964 por robar un depósito para financiar a la organización. Luego cayó en 1970, recibió seis balazos y logró escapar. Pero en 1972 fue capturado definitivamente. Pasó 13 años preso, casi todos bajo la dictadura militar.
Estuvo en condiciones extremas, sin colchón ni ventilación. Se volvió loco: hablaba con hormigas, sufría delirios. Lo internaron en el Hospital Militar, donde una psiquiatra le recomendó que pudiera leer y escribir. Eso le salvó la vida. “Nunca tomé una pastilla, pero los libros me ayudaron a no perder la cabeza”, recordó en Una oveja negra al poder, la biografía escrita por Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz.
Su madre, Lucy Cordano, le llevaba libros y en su interior pensaba: “Pepe va a ser presidente”. Nunca se lo dijo, pero tenía razón.
Con la restauración democrática, Mujica se integró al Frente Amplio y se convirtió en una figura popular. “Esa verga de la política no era para mí”, decía. Pero terminó siendo senador, ministro de Ganadería y, en 2010, presidente de la República.
Gobernó hasta 2015. Fue austero hasta el extremo: donaba gran parte de su sueldo, vivía en su chacra, manejaba un Fusca y vestía como un vecino más. Rechazaba la ostentación. Y eso lo volvió magnético.
En el exterior lo llamaban “el presidente más pobre del mundo”, pero él respondía que no era pobre: “Pobre es el que necesita mucho para vivir”. Fue invitado a foros globales, universidades, entrevistas internacionales y hasta inspiró canciones y documentales.
Su sucesor político, Yamandú Orsi, actual presidente de Uruguay, no es casualidad. Es parte de su legado. Mujica lo acompañó en campaña, lo formó y lo empujó al liderazgo.
Hasta el final, Mujica fue un símbolo de una izquierda humanista, sin odio ni revanchismo, pero con firmeza. El hombre que decía que “la política es para servir, no para llenarse los bolsillos”. Que resistió la tortura y la locura, y volvió para liderar con ternura, sin rencores. Murió el último tupamaro. El hombre que convirtió una vida trágica en una revolución tranquila. Y que pidió ser enterrado con su perra, como para recordarnos que nunca dejó de ser un tipo de campo que hablaba con hormigas y soñaba con justicia.
Fuente: grupolaprovincia.com